El fenómeno de
la electricidad ha sido estudiado desde la antigüedad, pero su estudio
científico sistemático comenzó en los siglos XVII y XVIII. A finales del siglo
XIX los ingenieros lograron aprovecharla para uso doméstico e industrial. La
rápida expansión de la tecnología eléctrica la convirtió en la columna
vertebral de la sociedad industrial moderna.
Michael Faraday
relacionó el magnetismo con la electricidad.
Mucho tiempo
antes de que existiera algún conocimiento sobre la electricidad, la humanidad
era consciente de las descargas eléctricas producidas por peces eléctricos. En
textos del Antiguo Egipto que datan del 2750 a. C. se referían a estos peces
como “los tronadores del Nilo”, descritos como los “protectores” de los otros
peces. Posteriormente, los peces eléctricos también fueron descritos por los
romanos, griegos, árabes naturalistas y físicos. Autores antiguos como Plinio
el Viejo o Escribonio Largo, describieron el efecto de adormecimiento de las
descargas eléctricas producidas por peces eléctricos y rayas eléctricas;
además, sabían que estas descargas podían transmitirse por materias
conductoras. Los pacientes que sufrían de enfermedades como la gota y el dolor
de cabeza se trataban con peces eléctricos con la esperanza de que la fuerte
sacudida pudiera curarlos. Posiblemente el primer acercamiento al estudio del
rayo y su relación con la electricidad, se atribuye a los árabes, que antes del
siglo XV tenían la palabra árabe para rayo (raad) aplicado al rayo eléctrico.
En culturas
antiguas del mediterráneo se sabía que ciertos objetos, como una barra de
ámbar, al frotarla con una lana o piel podía atraer objetos livianos como
plumas. Hacia el año 600 a. C. Tales de Mileto hizo una serie de observaciones
sobre electricidad estática, donde creyó que la fricción dotaba de magnetismo
al ámbar, al contrario que minerales como la magnetita, que no necesitaban frotarse.
Tales se equivocó al creer que la atracción era producida por un campo
magnético, aunque más tarde la ciencia probaría que hay una relación entre el
magnetismo y la electricidad. De acuerdo a una teoría controvertida, los partos
podrían haber conocido la electrodeposición, basándose en el descubrimiento en
1936 de la Batería de Bagdad, similar a una celda voltaica, aunque es incierto
si el artefacto era de naturaleza eléctrica.
Mientras la
electricidad se consideraba todavía poco más que un espectáculo de salón en el
siglo XVII, William Gilbert realizó un estudio cuidadoso de electricidad y
magnetismo, diferenciando el efecto producido por trozos de magnetita, de la
electricidad estática producida al frotar ámbar. Además, para referirse a la
propiedad de atraer pequeños objetos después de haberlos frotado. Esto dio
alcance al uso de "eléctrico" y "electricidad", haciendo su
primera aparición en 1646 en la publicación Pseudodoxia Epidemica de Thomas
Browne.
Posteriormente,
se hicieron nuevas aproximaciones científicas al fenómeno en el siglo XVIII por
investigadores sistemáticos como Henry Cavendish, Du Fay, van Musschenbroek y
Watson. Estas observaciones empiezan a dar sus frutos con Galvani, Volta,
Coulomb y Franklin, ya a comienzos del siglo XIX, con Ampère, Faraday y Ohm. No
obstante, el desarrollo de una teoría que unificara la electricidad con el
magnetismo como dos manifestaciones de un mismo fenómeno llegó hasta la
formulación de las ecuaciones de Maxwell en 1865.24
Los desarrollos
tecnológicos que produjeron la Primera Revolución Industrial no hicieron uso de
la electricidad. Su primera aplicación práctica generalizada fue el telégrafo
eléctrico de Samuel Morse (1833), que revolucionó las telecomunicaciones. La
generación de electricidad industrialmente comenzó cuando, a fines del siglo
XIX, se extendió la iluminación eléctrica de las calles y las casas. La
creciente sucesión de aplicaciones que esta forma de la energía produjo hizo de
la electricidad una de las principales fuerzas motrices de la Segunda
Revolución Industrial. Este fue un tiempo de grandes inventores, como Gramme,
Westinghouse, von Siemens o Alexander Graham Bell. Entre ellos destacaron
Nikola Tesla y Thomas Alva Edison, cuya revolucionaria manera de entender la
relación entre investigación y mercado capitalista convirtió la innovación
tecnológica en una actividad industrial.
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